martes, 24 de noviembre de 2009

A Dios rogando y con el mazo dando (o como insertar la doctrina en los genes)

Hay un librito de Georges Duby, Guerreros y Campesinos, ed. Siglo XXI, (se lo recomiendo, lector o lectora porque, además, es muy ameno)  que cuenta desde el punto de vista de la economía la historia europea desde 500 a 1200. Nos habla de un mundo salvaje del que han desaparecido la mayor parte de los elementos culturales, económicos y productivos de la romanización; las sucesivas oleadas de invasiones provinientes del norte, de aún más al norte, del este, de aún más al este no dejaron títere con cabeza y arrasaron, como el caballo de Atila, con lo que había. Se puede hablar, incluso, de un retroceso y, como voy a hablar de metales y tesoros, baste decir que prácticamente desaparecieron del suelo civil europeo las herrerías, por lo que la posesión de objetos metálicos -que si se averiaban era muy complicado reparar) se conviertió en la posesión de algo extremedamente valioso.

El arado de vertedera (o arado romano), de pesado hierro que removía satisfactoriamente la tierra y mejoró mucho el rendimiento de las cosechas, entró, por ejemplo y por esta razón en desuso siendo reemplazado por palitos cavadores que eran instrumentos casi inútiles para las tareas agrícolas: las cosechas eran insuficientes.

Nos encontramos en una época en la que, prácticamente, no hay transacciones económicas y el cambio de manos de las cosas depende del saqueo (de ladrones, de bandas organizadas o de soldados) o del regalo (la oblación, la ofrenda). Dice Duby sobre la ofrenda que: "... destruye en parte los frutos del trabajo pero asegura a los hombres ventajas que ellos consideran decisivas: el favor de las fuerzas oscuras que rigen el universo".

Los europeos de entonces eran fervientes animistas (adoraban a los árboles, al trueno, a los espíritus de los arroyos y cosas así), y eran enterrados en los bosques acompañados de los objetos de su vida y, entre ellos, los metálicos de su ajuar: pobres fíbulas, hebillas, cuchillo... que les serían necesarios en su vida de ultratumba que, si era plácida, ahorraría a los deudos supervivientes los problemas de apariciones indeseables. Así había cementerios un poco al estilo de estos indios que hemos visto tantas veces en los westerns y han dejado en nuestra memoria como rastro esos terroríficos bosques encantados de tantos cuentos.

El concilio de Leptines, celebrado en la Galia Franca en 743, recomienda combatir enérgicamente estos cultos paganos; en el sXI el obispo Burcardo de Worms denuncia la supervivencia de estos cultos desaconsejados que incluían ofrendas imposibles (para unos pueblos pobrísimos), sacrificios de animales e incluso sacrificios humanos probados por excavaciones. Recordemos que se trataba de apaciguar a las fuerzas ocultas, evitar a los aparecidos, reconciliarse con el devastador espírutu del hielo o hacer una magia propiciatoria para sanar al enfermo...

Siglos de evangelización cristiana tuvieron como premisa el apartar a las gentes de estas primitivas costumbres: Sólo hay un Dios y nosotros somos sus representantes en la Tierra, nosotros tenemos el monopolio, nosotros distribuimos la gracia. Y enterramos a los muertos y somos los mediadores para conseguir la vida eterna en el cielo y ten por seguro que si te entierran en el bosque arderás para siempre en el infierno. Venid a nosotros y traed a la iglesia vuestras ofrendas y, a cambio, os conseguiremos el paraíso. Cristo sanaba a los enfermos: dadnos vuestros tesoros y rezaremos para que recuperéis la salud.


Dice de nuevo Duby: "La tesaurización que antes se realizaba en las sepulturas se desplazó hacia los santuarios del cristianimo; grandes y humildes depositaban en ellos sus riquezas consagradas".

Esta práctica, con peso y significado desplazado, continúa a día de hoy en que vemos vírgenes en procesión adornadas por joyas y riquezas inverosímiles, tesoros en la sacristía, custodias cuajadas de piedras preciosas, casullas bordadas con oro, exvotos... y la contribución de los españoles vía IRPF o vía patanegra mediante concordato caducado, ah se siente. No vaya a ser que Dios se nos enfade y Rouco nos lance un rayo.

Y hablando de Rouco, dice éste que la religión es una enseñanza discriminada en España. Yo creo que, realmente, la religión y sus ministros son muy, muy, muy peligrosos (y caros).

2 comentarios:

Fet dijo...

Y cuentan con una enorme masa de tarugos dispuesta a seguir alimentando su insaciable codicia.
O algo.

(*4*)trazos dijo...

Hey, maese:

Pues sí: tarugos, borregos... ¿cómo puede alguien creerse que una señora ve a la virgen en El Escorial y, además, conseguir que amase una fortuna? Pues, por lo visto, tiene mucho crédito (del de creer y del financiero).